Enhorabuena: has terminado tu historia. Da igual si es una serie o un largometraje, sientes que acabas de escribir lo mejor de tu vida. Y quizá sea cierto. Pero, a diferencia de una novela, no puedes simplemente enviarla a una productora, sentarte a esperar y confiar en que alguien, con suerte, la lea. Porque no lo hará. Salvo que seas un guionista consolidado. Y aún así, siendo honestos, ni siquiera entonces.
Eso es, más vale que te lo grabes a fuego: nadie va a leerse tu guión completo de entrada. Antes tendrás que masticarlo. Convertir esas cien páginas de estructura en algo que pueda ojearse en lo que dura una visita al WC. Y no porque no les interese tu historia, sino porque su trabajo consiste en decidir si vale la pena invertir en ti sin tener que invertir primero dos horas de lectura.
¿Irónico? Mucho. ¿Cruel? Bastante. ¿Injusto? Sin duda. ¿Evitable? No.
Los materiales de venta —ese pack de documentos que acompañan tu guión como si fueran el PowerPoint del cole— son un ritual obligatorio. Se conocen por muchos nombres: pitch deck, dossier, presentación. En el fondo, todos persiguen lo mismo: condensar el alma de tu historia en unas pocas páginas. De forma clara, seductora, visualmente atractiva, pero sin que las imágenes distraigan del texto.
Entre todos esos elementos —la sinopsis, el tono, el universo, los personajes, la motivación comercial y demás— hay uno que siempre aparece primero, justo después de la ficha técnica. Y, paradójicamente, es el que más miedo suele dar al guionista. Porque es corto. Porque parece fácil. Porque es un reto brutal, como los haikus o los eslóganes.
Hablo, claro, del logline.
Sí, ese pequeño tronco (haciendo un juego de palabras con la etimología) que debe contener, en muy pocas palabras, el conflicto central de tu historia. Pero no solo eso: debe dejar entrever el deseo del protagonista, su posible arco de transformación, las consecuencias de su fracaso, la presencia de un antagonista poderoso, el tono, el universo narrativo… todo eso, en una frase. O dos, si eres generoso contigo mismo.
Y eso, como bien sabes si alguna vez lo has intentado, es injusto. Injusto porque no todas las historias son igual de “reducibles”. Hay películas de una sola línea (“Un tiburón ataca una playa y un sheriff lo enfrenta”), y hay otras que requieren rodeos. Reducir The Leftovers o El hijo de Saúl a un logline puede sentirse como traicionar su esencia. Pero si quieres venderla, tendrás que hacerlo.
Y fue concebida como high concept
La injusticia de este calvario que tenemos que atravesar muchos guionistas no reside únicamente en el esfuerzo titánico que supone convertir una historia compleja en un resumen funcional. Lo realmente injusto es que no todas las naturalezas narrativas se prestan con la misma docilidad a ese tipo de reducción.
Esta fórmula se consolida a partir de los años noventa. Y no es casualidad: coincide con el apogeo de los grandes blockbusters y el auge de lo que se conoce como high concept. Es decir, películas concebidas desde el origen para ser entendidas en un vistazo.
Un high concept, para quienes tengan la suerte de no haber caído aún en esta madriguera semántica, es aquella historia que puede ser "pitcheada" con una premisa sucinta. Que se sostiene y seduce en una frase. En esencia, películas diseñadas para que su logline funcione como un anzuelo.
La industria del cine masivo está pensada para este tipo de películas. Para esas historias donde el motor principal no es tanto el viaje íntimo del personaje, sino la potencia de su trama. Son películas plot-driven, estructuradas en torno a un conflicto externo que arrastra a los personajes como una corriente.
Pensemos en Tiburón, El Señor de los Anillos, Star Wars. Incluso algunas de las películas de Christopher Nolan, aunque nos deslumbre su densidad conceptual, responden también a este esquema. En todas ellas, el resumen se construye con una facilidad sospechosa: personaje, misión, amenaza, consecuencias. El logline se escribe casi solo. Porque la historia fue concebida para eso. Para que funcione antes incluso de que nadie se la lea.
¿Pero qué pasa con las otras?
Con las películas llamadas, de forma casi peyorativa, low concept —como si fueran menos cine por no tener estructuras formulaicas. En su mayoría, estas historias son character-driven, donde no es la trama la que empuja al personaje, sino el deseo íntimo del personaje el que empuja la historia.
Aquí entran títulos como Intocable, Little Miss Sunshine, El discurso del rey. Películas brillantes en las que no hay un tiburón que matar ni una estrella de la muerte que destruir, pero sí una transformación profunda que atraviesa a los personajes. Y cuando esa historia se niega a plegarse al molde del pitch, no es porque esté mal escrita. Es porque ese molde fue pensado para otra cosa.
Y aquí es donde todo se vuelve más complejo. Porque si ya es difícil escribir un buen logline para una historia tradicional, hacerlo para una película coral o una serie de televisión puede rozar lo imposible. Y lo sé por experiencia. Ahora mismo estoy peleándome con el logline de mi propia serie y, si os soy sincero, necesito ayuda divina.
Pero no entremos en pánico, aún existe esperanza. Hay formas. Maneras de no traicionar la complejidad de tu relato y, al mismo tiempo, seducir al ejecutivo que no quiere pensar demasiado antes de decidir si le interesa o no.
Así que respira. Esto no es literatura.
La fórmula hollywoodiense
Cuando estudiaba en Los Ángeles, hubo una fórmula que se repetía hasta el agotamiento. La frase era algo así:
Cuando [incidente incitador] tiene lugar, [nuestro protagonista] decide [acción] contra [antagonista].
Ahí estaba todo. El esqueleto de un logline perfecto, según la ortodoxia del high concept. Y claro, encaja como anillo al dedo en esas historias plot-driven de las que hablábamos antes.
Esta fórmula se basa en cuatro elementos básicos. Cuatro columnas que, si se colocan bien, aguantan cualquier estructura dramática convencional:
1. Incidente incitador: ese evento que irrumpe en la normalidad y rompe el equilibrio.
2. Protagonista con decisión: alguien que, tras el impacto, toma una acción concreta.
3. Objetivo claro: lo que el personaje quiere conseguir.
4. Obstáculo o antagonista: la fuerza que se opone y genera el conflicto.
Con estos cuatro elementos, podemos escribir loglines que parecen extraídos directamente de la contraportada de un Blu-ray. Por ejemplo:
Después de ser rescatado por un cazador de recompensas alemán, un esclavo liberado busca rescatar a su esposa de un brutal propietario de una plantación en Mississippi.
(Django Unchained)
Otro ejemplo:
Para atrapar a un asesino en serie, una joven cadete del FBI debe recurrir a la ayuda de un encarcelado y manipulador criminal.
(El silencio de los corderos)
O, si quieres entrar en terreno televisivo:
Cuando un niño desaparece, su madre, un policía local y tres amigos se enfrentan a fuerzas misteriosas para traerlo de vuelta.
(Stranger Things)
Sota, caballo y rey. Esquema clásico, eficaz, perfectamente alineado con los mecanismos de la industria. Y si tu historia se ajusta a este molde, bendito seas: tienes medio camino hecho.
Pero —y aquí viene lo que de verdad importa— puede que tu historia no encaje. Puede que no haya un antagonista definido, ni un objetivo tan claro, ni una ruptura del equilibrio tan sonora. Puede que trabajes con un relato más atmosférico, más coral. Y si es así, no te preocupes.
También hay fórmulas para ti.
Menú de la casa
Ahora voy a ofrecerte una estructura de creación propia. Digo "propia", pero sin ningún mérito especial: no es más que un collage de los ingredientes básicos que componen cualquier historia, aunque eso sí, organizados de manera que funcionen tanto para relatos plot-driven como character-driven.
La fórmula es simple: personaje, conflicto, consecuencias.
Funciona así: primero tenemos a un personaje que toma una decisión. Esa decisión activa un conflicto. Y ese conflicto, como todo buen conflicto, desencadena consecuencias. Así de sencillo. Pero, cuidado, porque la clave está en la relación que se establece entre estos tres elementos.
El personaje decide → el conflicto estalla → las consecuencias lo transforman (o lo destruyen).
Y esa secuencia, ese impulso en cadena, es lo que genera atención. Lo que hace que el ejecutivo o ejecutiva que tiene cinco segundos para decidir si sigue leyendo diga: "Ajá, huelo dinero."
Veamos cómo funciona con algunos ejemplos concretos:
1. El discurso del rey
Cuando debe asumir el trono en plena crisis política, un príncipe tartamudo se enfrenta a su mayor enemigo: su propia voz. Su lucha por hablar en público lo arrastra a una terapia poco ortodoxa, donde está en juego no solo su autoridad, sino la confianza de todo un imperio.2. Little Miss Sunshine
Cuando una niña es seleccionada para un concurso de belleza infantil, su familia disfuncional decide acompañarla en un viaje en furgoneta. Pero la convivencia forzada despierta antiguas heridas, y lo que está en juego no es la corona, sino la posibilidad de volver a quererse.3. Frances Ha
Cuando su mejor amiga se muda y su vida profesional se estanca, Frances, una bailarina sin rumbo, se lanza a sobrevivir en Nueva York a base de entusiasmo y negación. Su conflicto con el mundo adulto la lleva a enfrentarse a una verdad incómoda: tal vez no sea especial, pero sí libre.
¿Que tu historia no encaja en los moldes de siempre? Perfecto. Con esta estructura, incluso una película low-budget sobre dos hermanos buscando comida en Burundi puede convertirse en un logline potente. Porque no se trata de explicar la historia, sino de captar el momento donde todo empieza a moverse.
Bonus track
Para terminar, quiero dejarte una última fórmula. Una especie de puente entre las dos estrategias que te he ofrecido: la clásica y la más libre.
Se compone de cuatro elementos esenciales: personaje principal, incidente incitador, objetivo y stakes (es decir, consecuencias).
La estructura se formula así:
Cuando [personaje principal] sufre [incidente incitador], deberá [conseguir su objetivo] antes de que [ocurran las consecuencias].
Simple. Directa. Y lo mejor: tremendamente versátil. Sirve para películas plot-driven, character-driven… incluso para series, si se adapta bien.
Veamos un par de ejemplos —sí, facilones, pero eficaces— que encajan perfectamente en este molde:
Falsamente acusado de asesinar a su esposa, un doctor debe encontrar al verdadero culpable mientras un implacable agente federal lo sigue de cerca.
(El fugitivo)Después de que un tornado arrastra a una solitaria niña de Kansas a una tierra mágica, emprende un peligroso viaje para encontrar a un mago que puede devolverla a casa.
(El mago de Oz)
Esta fórmula tiene la ventaja de que suena concreta sin ser obtusa, y emocional sin ser cursi. Puede adaptarse al tono, al género, al tipo de personaje y al estilo de narración. Así que, en resumen: ya no tienes excusas para no escribir un logline decente.
Créditos finales
Y ya para terminar, te dejo algunos consejos rápidos para pulir aún más tus loglines. Son pequeños ajustes que pueden marcar una gran diferencia.
Lo primero: necesitas un protagonista fuerte. ¿Y cómo se define un protagonista fuerte en una logline? Con su deseo. Con su objetivo. Porque incluso en este nivel atómico de la narración, un personaje no se define por su nombre ni por su carisma, sino por lo que quiere y lo que está dispuesto a hacer para conseguirlo. Y, sobre todo, por lo que ocurre si no lo logra.
Ahí está todo: deseo + consecuencias = tensión dramática.
Ese es el segundo punto fundamental: los stakes, lo que está en juego. Algo esencial, porque esas consecuencias están directamente conectadas con el incidente incitador, de la misma forma que el objetivo está vinculado al personaje. Ese rebote, esa relación causa-efecto, es la esencia misma de un buen logline.
Tercer consejo: no uses los nombres de los personajes. En primer lugar, porque te comen espacio. Y en segundo lugar, porque el lector (sobre todo si está poco despierto, lo cual es muy probable) se va a liar intentando recordar si “Lucas” era el astronauta o el padre alcohólico. Es mucho más claro decir “un joven científico”, “una madre soltera”, “una profesora de piano con miedo escénico”. Tipos, no nombres.
Cuarto y último consejo: usa siempre la voz activa. Como en el guion. Nada de “es enviado”, “es forzado”, “es testigo”. Di: “decide”, “busca”, “se enfrenta”, “descubre”. La pasividad aburre. La acción mueve. Y en una frase tan corta como un logline, cada verbo cuenta.
Y eso es todo.
Ojalá todo esto te sea útil la próxima vez que te enfrentes a ese proceso tedioso que es escribir loglines. Porque sí, puede ser aburrido, frustrante y hasta cruel. Pero también puede ser una forma divertida —y reveladora— de reconectar con el corazón de tu historia.
Y quién sabe: igual descubres que tu historia no estaba tan mal como pensabas.
Aunque puede resultar tedioso, pensar en tu logline antes de empezar a escribir es tremendamente útil. Te permite definir elementos clave que servirán como brújula durante la escritura del guion, evitando que pierdas el rumbo. Clarifica al personaje principal, su objetivo, el conflicto, lo que está en juego, el antagonista y las consecuencias (elementos que se destacan en el artículo). Así, el logline se convierte en una herramienta fundamental para mantener el foco en el núcleo de tu historia. Incluso si más adelante, como seguramente ocurrirá, ajustas detalles para el pitch, contar con esa base sólida agiliza el proceso. Y gracias, por cierto, por explicar con tanta claridad las distintas formas de abordarlo.
Te agradezco como siempre tus artículos, tan útiles y tan fáciles de leer y comprender. Lo mío es la narrativa, pero cada concepto que explicás aplica perfectamente a cualquier historia, transmitida de cualquier manera. Incluso, creo, a la narración oral. Un gustazo leerte.